En 1896, el escultor Auguste Rodin, con su monumento a Balzac, sacudió y le hizo frente a una sociedad que no comprendía la modernidad de su propia época. A las puertas del siglo XX, en la efervescencia con la que artistas, pensadores y científicos apenas se atrevían, Rodin, escultor de genio, marcaría su siglo e inspiraría al siguiente.